16.11.15

Mariposas heridas.

Llevo sumida en la procrastinación quizá tres cuartas partes de mi vida adolescente.
Quizá porque no la veo pasar, quizá porque no quiero verla.
 Mañana será otro día, habrá otro examen, ya me querrá otro y el siguiente metro pasa en dos minutos.
Posponer, postergar. Hacer la vida más amable, como quien añade otra cucharada de azúcar sin que nadie le vea. 
El problema viene cuando esa misma vida que llevas edulcorando varios años pierde fuelle. Se deshincha. Se agua, se marchita, se desespera.
Y te pide agua, te pide fuego, te pide aire y te pide vida.
Que la saques a pasear fuera de la jodida zona de confort que tanto parece gustarte y que a ella ya le está deteriorando los huesos.
La realidad se presenta ante tus ojos como esa chica fea a la que nadie quiere sacar a bailar. Y te dice que ella también baila. Que ella también sabe y que está cansada del vestido de gasa de su abuela. Que no quiere seguir siendo la virgen suicida en que la has convertido.
Y de repente estás a un mes de cumplir los 18. 
Y de repente no sabes si las decisiones que llevas tomando esas tres cuartas partes de tu vida reciente son las adecuadas, ni siquiera sabes si lo que has vivido es amor o una mentira que te vendieron para que te callaras.
Y de repente miras atrás y solo ves errores y un camino pedregoso, y mucha niebla.
Miras al frente y ves lo mismo pero mucho más negro, más tétrico y más audaz.

Entonces te sientas, te fumas un cigarro y recuerdas algo que crees que te dijeron y que realmente te inventaste tú con la intención de calmar cierta sed que no desaparece ni lanzándote al océano más profundo.
"Déjate ser."
Y aflora la necesidad de control de una niña llevada a ciegas a madurar sin luces, sin flores y sin un escenario bonito en el que creerse Meryl Streep.
La niña que se lanzó a crecer de boca y no se reventó en el intento se deja fluir pero observa la corriente detenidamente.



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